domingo, 1 de septiembre de 2013

Arrieros somos

O arrieras, y empezamos de una vez a eliminar la utilización del lenguaje sexista de nuestro vocabulario. Que lo que no se nombra no existe… O sólo existe en el ámbito doméstico.

Bullicio. Información y venta aquí.
Leo la ristra de excusas que ponen los hombres a los quehaceres domésticos y soy capaz de ponerle cara a todas y cada una de ellas. No sois desastres compañeros míos, es que os han educado así. Y claro, normal que no tengáis ni idea. Normal que no os fijéis. Normal que os importe un bledo. Normal y natural. Que de eso ya se encarga la abuela. Y mamá. Y las tías. O la que sea. Y como os han educado, esas mismas mujeres en primer lugar, en que lo tenéis que tener todo controlado porque no tenéis fisuras porque sois hombres y los hombres de verdad lo controlan todo, no dejan nada al azar, son fuertes, activos y dominan cada situación, os perdéis en las labores domésticas. Y os causa angustia y ansiedad que esta loca de mi pareja que no tiene ni idea de la vida os anda dando lecciones sobre cómo limpiar el retrete o cómo meter los vasos en el lavaplatos. A vosotros. Órdenes a vosotros. Correcciones a vosotros. Que una mujer os enseñe. A vosotros. Hombres de verdad. Ve a contar tus chismes a tus amigas que conmigo no cuelan. No me vas a controlar. Solo me faltaba eso. Que una mujer me diese órdenes en mi casa. Y si no te gusta como lo hago pues lo haces tú, que me da lo mismo. Me voy al ordenador, que han sacado la guía de trucos del Pro Evolution Soccer 24.

Normal. Os entiendo total y completamente. Y normal que se generen resistencias porque no voy a llegar a casa cansado de doce horas de trabajo (remunerado, socialmente aceptado y valorado) para limpiar suelos (que paso vamos, que lo hagas tú si quieres porque no vas a contar conmigo. Que entre semana trabajo y los fines de semana son para descansar. Que no voy a hacer las cosas cuando y como tú digas. Ya está bien). Suspiro.

La historia de cada día. Lo primero debería ser reconocerlo. Reconocerse en cada excusa, en cada planteamiento machista y sexista. Reconocer que esos pensamientos, palabras, excusas, no nacen porque sí, sino que están socialmente arraigadas en el modo de ver, entender y sentir. Reconocer que a nosotras nos han educado (no hemos nacido con ese don, ni viene en los genes ni es un instinto) para que sepamos limpiar, veamos las pelusas, pensemos en sacar algo del congelador para la comida del día siguiente. Y, una vez reconocido, reconocido que no tenéis ni idea porque el mundo os ha hecho así, emprender el camino de la corresponsabilidad. Saber aceptar que no sois infalibles y que podéis aprender. Aceptar la inutilidad enseñada, la debilidad aprendida y, desde ahí, dejaros enseñar.

Porque, ¿cómo sois capaces de tener esclavizadas a las mujeres que se supone más queréis? Porque quizás no os deis cuenta. Es que no os dais cuenta. El patriarcado es muy inteligente y os educa y nos educa para que sigamos su doctrina casi a pies juntillas. Para que ni nos lo planteemos. Porque es algo natural, que viene con nosotras y no con vosotros. Porque como a mamá le gusta limpiar que es una histérica de la limpieza, a mi abuela le gusta también limpiar porque si no qué va a hacer la pobre y tú eres una tiquismiquis porque qué más da que se recoja la cocina hoy que el miércoles, que ya lo haré cuando me dé la gana. Panda de histéricas.

Pero luego, en la calle, defendéis la igualdad entre mujeres y varones. Que si una mujer vale, vale. Que las mujeres tienen derecho a salir a trabajar en el mercado laboral retribuido. Por supuesto. Que yo ayudo en casa… Ahí está la trampa, el truco. ¿Ayudas? ¿A quién ayudas? En estos tiempos el machismo tradicional está muy mal visto y perseguido. Pero los micromachismos, esas actitudes machistas encubiertas en el día a día, siguen ahí. El machismo ha mutado. Y luego somos nosotras las que gritamos, nos estresamos o enfermamos. Es necesario desenmascarar estas actitudes, estos comportamientos. Es necesario aprender, dejarse enseñar de la manera más humilde.

Hay que construir la igualdad en los hogares, repartir las tareas de manera equitativa y democrática. Saber escuchar y aceptar consejos, saber ser buenos alumnos. Es difícil porque entra en contradicción con toda la socialización que lleváis encima. Y no sólo vosotros, generación tras generación. Que una mujer os enseñe y encima que os enseñe a limpiar. Lamentable, ¿verdad? Pero es la única manera de poder hacer las cosas bien. Si no hay igualdad en los hogares no puede haber igualdad fuera de ellos. Nosotras también queremos nuestro tiempo de ocio, jugar a la consola o salir de copas. Si destinamos más del doble de tiempo a las tareas del hogar que vosotros se torna imposible. O casi.



Se trata de una cuestión de principios y de amor, cariño, respeto y confianza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario