lunes, 2 de septiembre de 2013

Buscando significados


            
Nos encontramos con dos personajes principales, Lorenzo (Coronado de Laureles, el coronado es el que triunfa, el primus inter pares, manera con la que se llama al sol, astro rey, que es luz, calor, fuerza, vida, poder) y María (“Estrella de los mares“ según el Antiguo Testamento, alteza o ensalzada como significados más cercanos al nombre hebreo que se dio a la madre del Jesús de los evangelios. Las estrellas se ven de noche: oscuridad, atribuida a lo femenino[1]. O, como despectivo coloquial, maruja.) Así que por un lado tenemos al Sol y por otro a la madre por antonomasia, o más bien, al trono románico con que representaban a María sosteniendo al verdadero protagonista, Jesús, el hijo de Dios, que de alguna parte tenía que haber nacido. Poder supremo y absoluto y receptáculo inerte, vano recipiente.
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Lorenzo es un ocupadísimo profesor, María no trabaja. Su labor cotidiana se reduce a esperar (actividad pasiva) a Lorenzo en una terraza y ver, cuando él llega, cómo lee el periódico (actividad masculina). María entonces no le habla, cómo va a interrumpir su lectura, no se puede ni plantear enfadarse. Contención. Está tan dominada en lo psicológico por Lorenzo que ella misma se pone todas las trabas, se cierra todas las puertas, encerrada en una jaula minúscula que no le permite más que lo que deja Lorenzo que haga.






Lorenzo es el día, la actividad constante, las clases que lo tienen absorto (o es una excusa, un parapeto que ha puesto entre él y María. Porque, como nos dijo la profesora de Conceptos jurídicos, somos nosotras las que damos importancia a lo que queremos y las que establecemos prioridades), abstraído de la realidad de pareja que hay en casa. Una casa que sólo pisa para dormir.


María odia el día, se le viene la casa encima. No hace nada más que ver cómo el reloj marca las horas lentamente, “dejando resbalar los ojos por las paredes y los muebles“… “Llama a tu hermana”, así me quito el muerto de encima. María odia a su hermana, que es feliz con su prole abundante, con su papel de esposa y madre. Controla a la perfección las labores del hogar, rutinas de mujeres, propias de su condición. María las detesta. Detesta hablar con su hermana de estas tareas estúpidas y sin sentido, que la dejan vacía, tanto las tareas como las conversaciones, “tenía la lengua pastosa como si fuera a vomitar“. Todo esto me hace pensar que María trabajó en el pasado. Que fue libre, autónoma, fuerte. Ahora que está embarazada, muy triste y deprimida por la muerte de la niña, ha dejado el trabajo para descansar. O, ahora que está deprimida y con “sus melancolías”, ha dejado el trabajo… Quizás esté de baja por depresión… Quizás haya dejado el trabajo por orden de Lorenzo…


Las conversaciones… Lorenzo es imperativo, seco, tajante, escueto, no veo ternura, suavidad o compromiso en ninguna de sus palabras. ¡En ninguna! Sentencia. Lorenzo es Yo, el Yo concreto que se hace universal. Lo  que dice es lo que es y punto. Sus frases incluyen  un mujer, guapa, mona, despectivos y excluyentes. Incluso la llama tonta. No te hagas la víctima, le espeta cuando ella empieza a llorar. “No empecemos”. Es una actitud más de padre (te digo lo que puedes y no decir, y cuándo, y cómo) que de marido. Solo se le ve emocionado cuando ella se va a pasar el día al campo y no sabe nada. No es una situación que controle, le desborda. Sólo en esta situación se le ve bajar la guardia, “se hará lo que tú digas”, la abraza. El contacto físico del relato se reduce a este abrazo y dos caricias. Incluso en esta situación de desasosiego, Lorenzo exige al hablar, que no tenga que pasar otra tarde cómo esta. Ha estado pensando, le agobia verla así y no poder hacer nada (o lo que le agobia es no controlar la situación). ¿Es broma? No poder hacer nada, con todo lo que podría hacer, como escucharla por ejemplo, para terminar el relato con un tienes que cuidarte.        Lorenzo no sabe por dónde ir, quizá por su condición masculina, por lo que le han enseñado, está perdido. No sabe cómo ayudarla, pero le dice antes que tiene que ser fuerte y no puede complacerla para que sea una mujer (como si llorar le quitase la condición de serlo) y termina con ese imperativo tienes que cuidarte.


No conoce a su mujer, no le importa lo que sienta, le da igual lo que lleve por dentro ahora que está de nuevo embarazada “cuando lo vea lo aceptaré y lo querré, supongo” después de haber muerto la hija que tuvieron en común y de la que no han vuelto a hablar “ilusión, ¿cómo la voy a tener?, ¿para qué?”. Para vivir Lorenzo, para compartir sentimientos con María. Silencios. Y, creo, que María se muere de ganas por hablar, por sacar de sus entrañas todo lo que lleva dentro, “me paré. Me ahogaba la emoción. Había esperado mucho esta pregunta“, una angustia que no la deja ni respirar. “Para que no esté sola. No me consuelas nunca tú. Todo me lo dices crudamente.“ Silencios. Ella habla con metáforas, aquellas maravillosas metáforas de El cartero y Pablo Neruda. Habla como pidiendo permiso y aprobación “¿No te gustaría?, Di algo por favor, le pedí”, a veces incluso se niega la palabra ella misma[2]. La única vez que se permite dar la réplica es cuando habla de su pueblo con alegría, de recuerdos, de personas y él lo obvia y banaliza. Ante el ¿cómo puedes no acordarte?, con un simple tus cosas son tuyas, tus recuerdos son tuyos, y no pretendas hacerlos míos basta para sumirla en el limbo de los sin nombre.


Retomemos el “le da igual lo que lleve dentro”. Salen a cenar, un par de bocadillos ha elegido él para los dos. Como también elige el lugar, el bar más abarrotado de los que han visto, donde tienen que cenar de pie. “Total, para dos bocadillos”.  Ella no dice nada. Ya que habéis salido, buscad una terraza, que es junio, sentaos tranquilamente, que tu mujer descanse el embarazo, pedid unas raciones (como los novios que luego van abrazados en la noche).


“Quiero que te hagas una mujer, que te hagas fuerte”. Para lograrlo ha de superar sus miedos e inseguridades sola, porque lo dice Lorenzo. Es muy masculino esto de la soledad. La soledad del guerrero. María es ya mujer (muy sutil lo del apellido de soltera en la carta[3]), y si llora, se estremece o necesita una caricia no es ni más ni menos mujer.


Pero Lorenzo no siempre ha sido así. Cuando la conoció y pasó un verano con ella era jovial, dulce, tierno, romántico… “no se quería ir de allí”. Y ahora, gris, le parece que es una tontería, “ya sabes que no me gustan las ciudades muertas”. Zanjo el tema de ir juntos, de hacer algo juntos, con el que a María le brillan los ojos. Y el corazón. “Ve tú si quieres”.


María odia la ciudad donde viven, es feliz cuando se va al campo a pasar el día. Sola. Ella sola. El sol brilla, los verdes, los pájaros. María es al campo, la luz, la libertad, lo que Lorenzo es a la ciudad, lo lúgubre, las ataduras.


Aquel domingo de junio… Junio, mes dedicado a la juventud y a la diosa Juno, diosa del matrimonio y reina de los dioses. Juno, que todo lo controla (salvo a su marido, que se pierde por su promiscuidad y es capaz de convertirse en cualquier cosa para seducir a sus víctimas), diosa y reina. Nos quedamos con las últimas palabras, diosa y reina. Así se siente María en el campo, como una reina que campa a sus anchas por donde quiere sin dar explicaciones, sin pedir permiso, sin medias palabras, sin humildades, sin preocupaciones, “ no lo sé, pero ya nos lo dirán“, desafiando a la autoridad, “me resultaba muy excitante continuar sin billete“. “Estaba alegre y sentía una gran paz”. ¡Hasta el tren corría alegremente!. Piensa en si habría sido bueno avisar al marido pero se le pasa en seguida, “me desligué”.


Sigue siendo bonita y atractiva ya que un joven le invita a pasar la tarde juntos. Un joven atractivo a la par que atrevido, como antaño Lorenzo, cuando se conocieron, con tiempo libre y decidido a pasarlo, invertirlo, disfrutarlo con ella. El  Lorenzo de ahora no le dice ni una sola vez nada positivo ni agradable. Sólo la acaricia una vez, mientras ella está en una situación de sumisión absoluta, sentada en el suelo al lado de su cama (por cierto, duermen en camas separadas). Pero la ternura termina pronto, en cuanto empieza a sollozar y llorar. Ya estamos. Ya estás siempre con tus melancolías.


Todo el relato está lleno de parejas felices, pero me asombra y desconcierta lo que dice ella en el campo: me daban pena porque creían que se estaban divirtiendo muchísimo.


También en su excursión se encuentra con un trío de mujeres de luto: dos mayores, severas y alcahuetas, y una adolescente, con la que se identifica, se compadece de ella. Se ha quedado huérfana de un padre de dudosa reputación, su vida ni ha sido ni va a ser fácil ni alegre. Se identifica tanto con ella que le gustaría rescatarla y pasar juntas lo que queda de día.


O las niñas que construyen su casita de arena que la pareja pisa en su camino a casa… De cómo los roles siguen perpetuándose… De cómo, un día, esas niñas hablarán con sus hermanas de hijos y cómo limpiar mantas… “Las niñas sufren más.”


Terminaré con el sueño de siesta, con Ramón, un amor de la adolescencia, de cuando la vida era bonita y llena de color, y la angustia de la pérdida del último barco, la última oportunidad. De cómo van corriendo María y Ramón para dejar tanta guerra, tanta oscuridad y es Lorenzo quien la rescata con su luz y su vuelta a la realidad. Para que te quedes bien anclada a tu vida detestable.


Muchas gracias.
2011




[1] Leyendo los primeros capítulos de El infinito singular, de Patrizia Violi, página 59, me encuentro con que se cree que en el indoeuropeo antiguo, y en las actuales lenguas germánicas, era al revés: la luna era género masculino y el sol, femenino. El cambio de género se dio con el cambio a la sociedad patriarcal, del culto a la diosa madre al dios padre, según la teoría de Markale (1972).
[2] El infinito singular, “predominio de la función emotivo-expresiva en las intervenciones de las mujeres mientras que los hombres se mantendrían unidos a los hechos y al intercambio de informaciones. (…) Identificación entre afirmación y lenguaje masculino y refuerzo y lenguaje femenino por otro”.
[3] Página 73 de El infinito singular, P. Violi : “La mujer está siempre definida con respecto a sus relaciones con el hombre, partiendo de su mismo nombre que es primero el del padre y luego el del marido. (…) La mujer es siempre mujer de  y debe marcarse el tipo de relación mantenida con el hombre, como la distinción entro señora y señorita por un lado y señor por otro“.  He encontrado el hogar en estos comentarios. Un espejo. Emoción. Tristeza, frustración, al ver que las no casadas se ofenden cuando las intento explicar que son señoras por ellas mismas. Hasta las casadas se sienten mayores cuando escuchan que las llaman así. Otra vez a vueltas con los significados despectivos y negativos de los femeninos. ¿Cómo combatir al enemigo estando tan dentro de nosotras?

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