domingo, 1 de septiembre de 2013

De penes, dolores y visitas al ambulatorio

Conozco a un hombre joven, casi casi roza los cuarenta. Hace tres o cuatro años se estuvo medicando con un antidepresivo suave. La terapia duró un año. Desde entonces, al mantener relaciones sexuales se queja de un dolor en el pene al eyacular. Es una molestia. Sólo en determinadas posturas. Dice que es como si la vagina de su compañera tuviese dientes… Echando balones fuera, escurriendo el bulto, culpabilizando a una mujer que nada tiene que ver, muy masculino y muy de hombres, hombres.

Siempre que me lo cuenta le digo que vaya a la seguridad social. O al seguro privado que le paga la empresa donde trabaja. El coito no debe doler. Si duele deja de tener gracia, digo. Pero no hace caso. Así hasta la próxima. Que si con esta postura le molesta menos. Que si con esta otra sí. ¿Pero a mí qué me estás contando si soy politóloga? Tendrás que ir a que te lo mire alguien que sepa de lo que le estás hablando. Pero claro, estoy metiendo el dedo en la más grande de todas las yagas. Un hombre asumiendo y aceptando que su virilidad se encuentra dañada. Porque el pene, elevado a falo, es el paradigma, el epicentro de la virilidad masculina. Y en un hombre joven, atlético, aparentemente sano ni te cuento. Y así sigue. Sin visibilizar su dolencia. Prefiere sufrir en sus eyaculaciones, en sus orgasmos antes que hablarlo con alguien que pueda ayudarle a resolverlo. Antes que admitir que tiene un problema. Y no un problema cualquiera. Un problema en su pene.

Nebulosa. Información y venta aquí.
Con esta historia lo único que pretendo es visibilizar el enorme problema que la socialización de género patriarcal ha creado, y perpetúa, en los hombres. O en aquellos sujetos socializados en el rol masculino hegemónico. No hay debilidad. No hay enfermedad. No hay cuidados. No hay previsión ni prevención. Ni revisiones. Porque somos hombres hombres. Y si nos duele algo nos callamos y ya se pasará. No vamos a ir corriendo al centro de salud como si fuésemos nenazas. A ver que van a pensar.

Y claro, un síntoma pasa a convertirse en una enfermedad que quizás con un diagnóstico temprano podría haberse evitado, o paliado. O controlado.

Los hombres no han sido socializados en la cultura de los cuidados sino todo lo contrario. El cuidado, ya sea a una misma o a otras personas, se presenta como algo femenino. Y ya sabemos que lo femenino es secundario, débil, intrascendente, sin importancia, algo de lo que hay que salir corriendo, por si se nos pega. Porque no te pueden identificar con absolutamente nada que tenga que ver con lo femenino.

Ante este grave problema se deberían llevar a cabo políticas específicas para que la población masculina perdiese el miedo a exteriorizar sus dolencias. Identificar esta actitud, la de exteriorizarlas, como algo profundamente maduro y beneficioso. Que hablasen de revisiones, de síntomas, de dolencias, de debilidades, como partes del todo que es configurarse como una persona. Dotar de humanidad al ser humano hombre. Humanizarlo. Porque la salud es bienestar y calidad de vida.

Cambiando de tema pero siguiendo en el mismo, cuánto daño se infligen los hombres para demostrarse y demostrar constantemente que no son mujeres. Son los que más beben, lo que más se drogan, los que más accidentes tienen en coche, en el trabajo, los que más se suicidan… Es urgente y necesario implementar políticas que ayuden a los hombres a quererse, a conocerse, a estudiarse y comprenderse, a escucharse. Que pedir ayuda no es de débiles sino de personas inteligentes, independientes y resolutivas.



Nada de todo esto se puede llevar a cabo si no se corta por lo sano y se termina con la socialización de género. Una socialización que crea mujeres y varones, débiles y fuertes, dependientes e independientes, pasivas y activos… Que enseña que o eres una o eres otro dependiendo del sexo con el que hayas nacido. El juego de la complementariedad. ¡Si varones y mujeres solo somos complementarias en el acto sexual con fines reproductivos! ¡Punto! Es insano seguir reproduciendo este estado de cosas. Hay que comenzar a socializar a las personas en eso, en que por encima de todo somos personas iguales en derechos y obligaciones y únicas como individuos. Luego que cada cual adopte posturas, gustos, razones o el rol que más le apetezca, siempre respetando por supuesto. Que de eso se trata. Es un trabajo duro y arduo ya que el patriarcado hunde sus raíces en lo más profundo de cada una de nosotras y hace ver como naturales todas las construcciones sociales a que nos somete. Ahí queda el reto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario