domingo, 1 de septiembre de 2013

Es una cuestión de responsabilidad compartida

Yo ayudo a mi pareja con la lavadora, hago la comida. La verdad es que ayudo mucho en casa. La ayudo mucho. No sé de qué te quejas... La misma palabra lo está indicando. Cuando se ayuda a alguien a hacer algo la carga absoluta de la responsabilidad la estamos dejando sobre la persona a quien ayudamos. Es que no hay más. No se trata de ayudar sino de compartir responsabilidades. Ya sé que al llegar a casa después de una dura y larga jornada de trabajo lo que menos nos apetece es limpiar, recoger, hacer… Pero hay que limpiarlo, recogerlo, hacerlo…
            
Si hay tiempo para estar hora y media delante del ordenador, si hay tiempo para media hora de consola, si hay una hora para bajarse música o juegos, o sabe dios, también lo hay para quince minutos de recoger, limpiar o hacer lo que haya que recoger, limpiar o hacer. Y bien hecho. Y no se trata de ya se hará, porque la suciedad y el desorden se van acumulando. Porque si toda la cocina está sucia, ¿cómo se va a preparar la comida del día siguiente?, ¿cuándo? Por ejemplo. Y si a una de las dos personas que conviven se le olvida siempre, o se le pasa siempre porque soy un desastre, se me pasa, lo siento, soy así, ya se hará, qué más da hoy que mañana o el miércoles, estoy cansado, trabajo mucho (claro, yo no trabajo, es cierto), es tarde, me enfado si me dices que hay que recoger, porque siempre hay que hacer las cosas cuando tú dices (tras tres días con la cocina en pie de guerra)… Sabemos de lo que estoy hablando, ¿verdad? Al final terminamos acaparando responsabilidades. Me he dado cuenta que si haces tres veces seguidas algo en casa ya te lo has quedado para siempre. Y entonces ya si que no hay marcha atrás. Porque si lo que antes era compartido resultaba harto difícil hacer comprender que la otra persona se responsabilizase en tiempo y modo de hacerlo, algo que ya “naturalmente” se asocia a ti no te lo quitas de encima ni para los restos.
            
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Leo a Bonino y no me queda otra que sonreír Indignada. Por no llorar de ira, rabia e impotencia. Pero hay que canalizar y convertir la ira en templanza para poder seguir hacia el buen camino. Los hombres se excusan en que son desastres, en que no les han enseñado a hacer estas cosas, en que no se fijan… ¡Por supuesto! Yo no lo niego. Y cierto es también que los han socializado (madres y abuelas en grandísima medida), en que estas tareas son cosas de mujeres, banales y sin la importancia que requieren las tareas para las que han nacido ellos. ¡Por supuesto! Pero al igual que aprenden a bajarse música en programas que ni dios entiende, al igual que se aprenden de memoria las instrucciones del último juego de la PS3, al igual que en su día descifraron lo que es un fuera de juego y recuerdan de memoria las alineaciones de su equipo desde los tiempos de maricastaña, también pueden aprender a fijarse, a limpiar, a ser ordenados, a revisar, a hacer una lista de la compra… Aunque lo primero que hay que hacer es darle la importancia y el lugar que tienen. No como algo subsidiario y secundario, sino como lo que es: un compromiso de igualdad y solidaridad entre personas del mismo valor y situadas en el mismo nivel. Un trabajo en equipo donde no hay chef y ayudante, sino dos personas iguales compartiendo responsabilidades, tiempo y obligaciones para poder disfrutar del mismo tiempo de ocio y libre disposición.
            
Por otra parte, me aterran las políticas que está llevando a cabo el gobierno de la derecha más rancia y reaccionaria del PP. Una reforma electoral que hunde sus raíces en el liberalismo más radical, el desmantelamiento de todo ápice del estado de bienestar, leyes que derogan leyes progresistas, presupuestos con tijeretazos desproporcionados… El gobierno del PP es un gobierno conservador, ultraconservador, que cuenta entre sus filas con adscritos al Opus Dei, Legionarios de Cristo, familiares de miembros de gobiernos fascistas del dictador Francisco Franco. Pugnan por un modelo de sociedad con una familia tradicional como referente. ¿Y cuál es el papel de la mujer en esta familia tradicional? Pues una abnegada esposa y madre que limpia, lava, cuida y trabaja en casa. Una mujer al servicio de su marido, que no puede decidir sobre su cuerpo, que ha de parir tantas criaturas como dios le dé, sin opinión ni posibilidad de salir de su lugar naturalmente concedido. Y no estoy exagerando. No hay más que echar un vistazo a las políticas que está llevando a cabo, al discurso de políticas y políticos. Y no hablemos de la Iglesia católica, que está en su salsa, desatada. Que nos sorprende día sí y día también con sus apologías del maltrato a la mujer, de la familia tradicional, de la mujer tradicional abnegada, siempre dispuesta, siempre fiel, siempre callada, siempre sumisa…


            
Nos encontramos en un entorno de crisis a nivel mundial y en un contexto de reacción a los logros conseguidos por el movimiento feminista y por el de la clase trabajadora en su conjunto. ¿Hasta dónde llegará? Tenemos que cerrar filas y hacernos fuertes. Explicar a nuestros compañeros, hacerles entender, compartir y extender nuestra lucha. Porque no hay victoria plena con la mitad de la población silenciada entre fogones, listas de la compra y criaturas colgadas del pecho.

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