domingo, 1 de septiembre de 2013

Los ojos grises más bonitos del mundo



sábado, 24 de agosto de 2013



No hay nada para siempre, me dicen.



Cuando alguien muere, es para siempre, respondo.

Ojala uno de esos para siempre hubiese durado un segundo. Ojala hubiese sido uno de esos a veces...



Muchos viven en la memoria colectiva. Muere la carne, pero se transforma y da vida. Lo que somos permanece. Pero no para siempre.



Cierto... Pero yo quiero que un para siempre hubiese durado un segundo. No me conformo con la memoria ni con sus ojos grises en mi corazón. Daría años de mi vida por que ese para siempre hubiese sido un a veces.

 

Llevo años con la necesidad de escribir lo que sucedió esos días. Lo que sentí, porque lo que sucedió es lo que le sucede a todo el mundo. Sin a veces. Necesito hacerlo. Nunca he encontrado el momento. Voy pensando en ello, en cómo plasmar, cómo decir. Y luego, cuando me siento delante del teclado..., nada. Hoy parece que ha habido una conjunción de todos los planetas. He visto una peli y no he podido evitar recordar sus ojos, el tras tras que hacía con los dedos en el sillón mientras llamaba a mi gata, su tono de voz... Las muñecas de mi madre amoratadas por soportar su peso al levantarlo.


Recuerdo el día de mi cumpleaños, de un cumpleaños de hace años, cuando estaba inmersa en una relación espantosa. (...) Pero eso fue después. En ese momento era eso, espantosa. Y yo empeñada en que era amor..., o cualquier otra desgracia. Estaba trabajando. Me llamó. Me llamó para felicitarme. Le había visto diez días antes, en la celebración de su cumpleaños. Otro géminis. Sonrío. Yo no tengo sus ojos grises. Me llamó. Hablamos. Al colgar, lloré. Se me saltaron las lágrimas. Le costaba hablar.

 
Tiempo después me di cuenta que se estaba despidiendo. Esa fue nuestra despedida. Me dijeron que al colgar, él también lloró. Se estaba despidiendo. Y no me di cuenta.

 
No fui a verle. No le llamé. Me fui a Ibiza, volví de Ibiza y no fui a verle. He superado eso de no me lo voy a perdonar nunca. Lo he cambiado por voy a vivir con esa ausencia para siempre. Mira, otro para siempreque tampoco dura un segundo. Tampoco es un a veces.

 
Sonó el teléfono. Mi padre. Apagué el teléfono.

 
Sonó la puerta de casa. Mi padre. El abuelo.

 
Salí corriendo en sentido opuesto. Cogí a mi gata. Mamá me dijo que no iba a pasar nada. Que no iba a pasar nada. Gritos y llantos y lloros y agarrada a mi gata. El abuelo.

 
Mi padre volvió haciendo una excursión. Tenía que haberme duchado en cinco minutos y haberme ido con él. Pero estaba con mi relación espantosa. La mente en sabe dios donde. Hay a veces que te das cuenta de las cosas tarde. Demasiados a veces.

Llamé a mi hermano...

-Mi madre había ido a verlo como cada mañana. La noche anterior había estado con mi padre. Dijo que se fueran a dar un paseo... Yo no fui a verlo. Mi madre había ido a verlo como cada mañana. Lo fue a ayudar a levantarse. Las muñecas amoratadas por soportar su peso al levantarlo. Se deshizo en sus brazos.

Jose, mi padre... Me han contado que mi hermano voló. Que se levantó y voló. Mi hermano pequeño, que es más alto y más grande y, un secreto, tiene más arrugas que yo... Pero mi hermano pequeño. Voló.

Espumarajos. Babas. Muerte que se apodera de todo. De sus ojos azules. De todo. Yo no estaba.-

...Llamé a mi hermano. Lloraba. Estaba viendo fotos. Lloraba.

Hoy he recordado, mientras veía la peli. Una imagen. Tendido en su cama. Silencio. Sus manos. Su cara. Y cómo deseaba con todas mis fuerzas que ese para siempre que comenzaba fuese un a veces de un segundo.

Lo estuve deseando tanto tiempo que no era capaz de comprender lo que estaba pasando. Esto no está pasando.

Recuerdo a una hermana de mi tía Azu. Recuerdo su abrazo. Nunca podré estar lo suficientemente agradecida por ese abrazo. Y por sus palabras. ¡No llores! ¡Llora!

Al día siguiente extrañé que los pájaros volasen, que los semáforos siguieran cambiando de color. Que hubiese coches y personas andando por las aceras.

Cuando lo fueron a tapar, para siempre, grité. Grité porque pensaba que se iba a despertar y así no podría levantarse. ¡No cerréis la tapa! ¿Es que no lo veis?

Todo había cambiado. Para siempre. Es más. Pensé, y pienso, que el mundo se acabó con él. Que lo que ahora respiramos no es aire. Que no hay amaneceres ni ocasos. Esto es un ir a ninguna parte. La luz ya no brilla como antes ni volverá a hacerlo. Porque, simplemente, Él ha muerto.


A mi abuelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario