domingo, 1 de septiembre de 2013

No es un azote, es maltrato a la infancia

jueves, 22 de agosto de 2013


Una vez escuché, y se me quedó grabado para siempre, que madres y padres dejan de pegar a sus criaturas cuando estas adquieren la capacidad (bien sea por edad, por fuerza o corpulencia, por las tres, por alguna o por una combinación de ellas) de responder a sus ataques. Ya sabemos, el principio del fluido que recibe un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja... O, simplemente, cuando prevén que su acción acarreará una reacción de similares proporciones. En ese momento, paran. Ya no se pega más a la criatura. Ya no hay que aleccionarla con bofetones o zapatillas.

Algunas madres, algunos padres, llegan incluso a pisar terreno pantanoso. Olvidan que ya no están en disposición de generar terror, que ya no tienen la fuerza bruta de su parte. Es cuando su hija, cuando su hijo, les dice algo así como: como se te ocurra pegarme te voy a responder, ni se te ocurra volver a ponerme la mano encima porque esta vez ya puedo yo estamparte contra la pared. No me busques mamá, que me encuentras. O un hermano poniéndose entre su padre y su hermana, como la pegues te reviento.

Entonces lo entienden. Su reinado, el reinado del maltrato ha terminado. Y no me estoy refiriendo al maltrato ese que sale en la tele, el más virulento, el que lleva a las criaturas a hospitales y salas de urgencia... No. Hablo del que hemos sufrido, o han sufrido, muchas personas de mi generación. Lo normal. Ese: un azote es normal, que se convierte en bofetones con marcas de la mano en la cara, en zapatillas estampadas por todo el cuerpo, en tirones de pelo, de patillas, en cinturones de cuero, en agarrones del cuello, en cuando lleguemos a casa prepárate... Lo normal.

Y a nadie, madres y/o padres, le dolía prenda cuando admitían que es normal corregir a sus criaturas de esa manera. Lo que no puedo negar es que es muchísimo menos costoso que sentarse a hablar con la criatura en calma y con tranquilidad. Lo normal es, era (ahora ya se le llama por su nombre: maltrato), gritar y pegar. Avasallar y maltratar. Acobardar y subyugar. Esto, abusar de quienes son menos fuertes, lo puede hacer cualquiera. Y eso es parte de lo que se dice, se nos ha dicho, que es educar a la prole. O mucho mejor: esas personas, esas madres y padres, defienden a capa y espada su amor a su prole. ¿Amor es maltratar? ¿Amor es sacar a una niña de la piscina agarrándola por los pelos (aunque se hubiese saltado un castigo)?

El otro día, con una amiga. Recordaba cómo, una vez, su padre le dejó marcada la mano en la cara de un bofetón. Me pidió perdón y me dijo que no lo volvería a hacer. Lo hizo, volví a tener la cara marcada con su mano. No lo volvió a hacer más. En la cara no. Una vez, en el coche, no sé qué pasó pero se dio la vuelta y me dio un manotazo en la pierna. También quedó su mano grabada.

Otro recuerda, no sé qué haría o qué mala contestación le daría a un familiar, el caso es que mi madre me dijo que cuando llegásemos a casa me iba a enterar. Además del terror durante el camino y el recuerdo que aún guardo de la puerta de casa abriéndose, mi madre me corrió a zapatillazos por el pasillo. De arriba a abajo, de abajo a arriba. Me salieron moratones hasta en las orejas.

Una vez mi padre fue a mi habitación muy enfadado y se quitó el cinturón. Iba a pegarme, pero mi madre lo evitó.

Mi padre me cogió del cuello. Sentí que me ahogaba.

Cuando venga tu padre se lo voy a decir. Y te morías por dentro de los nervios porque sabías que en cuanto se lo contase te iba a caer la del pulpo. Te iba a pegar. A pegar. 

¿Quién no ha visto a una persona adulta cogiendo de un brazo a una niña, a un niño, y dar vueltas sobre sí mientras con la otra mano azota su trasero? ¿Quién no ha escuchado los gritos y los lloros de ese ser indefenso? Me prometí hace tiempo no volver a permitirlo jamás. Es violencia, es terror, contra alguien que no se puede defender. Y no, no exagero.

Esas mismas madres, esos mismos padres, argumentan (si se puede llamar de alguna manera a sus excusas) que un azote a tiempo no viene mal. O que es bueno incluso. O sandeces por el estilo. Azotes...

Recuerdo un padre que siempre habla. Con su hijo primero, con su hija después.  Por aquello de que el hijo nació el primero y la hija cuatro años después. Habla. No grita y muchísimo menos agrede. Sí, son agresiones. Empecemos a nombrar y visibilizar la violencia ejercida contra la infancia. Al principio me chocaba. He sido educada con otras maneras, lo normal. Si gritas a una criatura, si te mueves con rapidez, alborotada, desaforada, la criatura se desquicia, no entiende, se bloquea. Esta persona habla en tono suave pero firme. Infunde autoridad, que no miedo. Su hijo primero y su hija después lo respetan, que no temen. Jamás pronunciarán como se te ocurra pegarme te voy a responder, ni se te ocurra volver a ponerme la mano encima porque esta vez ya puedo yo estamparte contra la pared. No me busques papá, que me encuentras.

Fin de la historia.

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