lunes, 2 de septiembre de 2013

Una de violencia simbólica III: DKNY o la heterosexualidad obligatoria



Descripción

            Perfume en su versión para mujeres: DKNY. El anuncio está sacado de la revista de prensa rosa de tirada estatal Semana, de 19 de diciembre de 2012, número 380.

            Foto: a ambos lados, dos frascos de la fragancia que anuncian que ocupan de arriba abajo, enormes, superlativos. Son blancos, sencillos, de líneas rectas, como dos rascacielos. Entre ellos, una pareja abrazada de pie, sobre un taxi amarillo. Alrededor hay más taxis amarillos, los de Nueva York. Están en una calle, se ve un semáforo en rojo a nuestra izquierda. Edificios altos, difuminados. Luces rojas y verdes, difuminadas.

            Sigamos con la pareja. A nuestra izquierda, él. Ella a la derecha. Varón blanco, joven, moreno, delgado, se podría decir atlético, con barba descuidada, cabeza ladeada a su izquierda, sobre el cuello de ella, no le vemos la cara. Camiseta gris de manga corta por encima de un pantalón vaquero azul claro, desgastado. Zapatos de cordón negros. Pies en paralelo ligeramente doblada la pierna derecha. De su cuerpo vemos parte derecha de su cabeza, algo de cuello y brazo derecho desde el fin de la manga de la camiseta. Con la mano izquierda ase a la mujer por la espalda, justo por encima de la cintura. La mano derecha posada sobre su glúteo, el de ella, izquierdo. Inclinado ligeramente sobre ella. Si trazamos una línea recta de su cabeza hacia abajo, termina en los pies de ella.

            Ella. Mujer blanca, joven, rubia, melena al viento, delgada, extremadamente delgada, sin curvas, maquillada, ojos cerrados. Piernas largas, larguísimas. Proporciones desproporcionadas. Minivestido de fiesta de lentejuelas gris plata de tirantes y corto, cortísimo, a un palmo sobre las rodillas. Sandalias de tacón al tobillo de tiras en gris y plata. Gris la suela, tacón de aguja, plataforma mínima, y tiras anchas. Plata tiras estrechas. Pies uno detrás del otro, con la pierna derecha atrás apoyada solo la parte delantera de la sandalia. De su cuerpo vemos cabeza, escote, brazo izquierdo entero, parte del omóplato, piernas, ambas, pies, ya que lleva sandalias de tiras. Con la mano derecha abraza al varón, la izquierda sobre su cuello y parte del rostro, brazo doblado. Inclinada hacia atrás ligeramente.

            Bajo sus pies, en blanco, la marca. El eslogan debajo y en gris. Todo en mayúsculas: DKNY, the fragances for women. Debajo del todo, anuncia su página en la red social Facebook.

El malestar que sí tiene nombre

            ¿Por qué elegí esta foto? Porque me hace sentir mal. Mal. ¿Qué hace esa mano posada sobre el glúteo? ¿Por qué siento como si estuviese invadiendo su espacio? Mi espacio… ¿Por qué la postura de ella me parece rígida, fría, hierática… como si de un frasco de colonia se tratase? ¿El adorno femenino sólo tiene como fin atraer sexualmente a los varones? ¿Convertirnos en sexualmente accesibles, disponibles? ¿Accesible pero recatada, por la postura que ella tiene de sí pero no? ¿Ni puta ni sumisa (Amara, 2004), sino todo lo contrario?

            Conceptos clave de este comentario: adorno, heterosexualidad obligatoria, heterorrealidad, género, belleza, amor.

            Respecto al adorno del cuerpo femenino, Rivera (2003, p.135) argumenta que las historiadoras de ahora han tomado el adorno femenino  “en términos de identificación con la ley del padre, con el saber masculino que cancela el cuerpo y la sexualidad femeninas, como una limitación de su sentido de la libertad femenina. Cuando hacemos valoraciones de este tipo olvidamos precisamente la importancia de la heterosexualidad obligatoria transformando la capacidad materna femenina en una función social no libre antes de 1950. La toma de conciencia de que ese lenguaje que dialoga con la madre que yo pienso que es el adorno femenino, es reconducido mediante la institución de la heterosexualidad obligatoria hacia un dialogo con los hombres en términos de seducción cuando las niñas se hacen adultas”.

            La heterosexualidad obligatoria es un concepto que se puede empezar a rastrear en el sistema sexo/género que realiza Gayle Rubin (1996). “El género es un principio básico de organización social previo a la clase social o jerarquía, es universal la distinción hombre/mujer y esta oposición binaria domina las clasificaciones sociales” (Rivera, 2003, p.159). Tendremos que esperar hasta 1980 para que Adrienne Rich lo nombre como régimen social. Mediante la heterosexualidad obligatoria se impone sobre todas las mujeres el modelo de sexualidad reproductiva como el único que deben conocer y practicar, haciéndolo suyo, propio[1]. Y aquí es donde con mayor fuerza se identifica con el anuncio, ya que este concepto conlleva la idea del cuerpo femenino como un cuerpo violable, un cuerpo siempre accesible para los varones (Ibíd, pp.75, 76). Un cuerpo que lo es en función de la atracción que consiga sobre el cuerpo masculino. Un cuerpo que se adorna no para sentirse bello, completo en su esplendor (para honrar a la madre que lo ha gestado, alimentado, completado, engendrado en su interior), sino para hacerse, convertirse en objeto de deseo, deseable.  Pero, cuidado, siempre modesto y recatado. Lleno de limitaciones. Contenido y automoderado, sexualmente accesible pero no sexualmente autónomo, soberano. Hecho objeto. La mujer, en palabras de Jonasdóttir (1993, p.315) “necesita amar y ser amada para habilitarse socio-existencialmente, para ser una persona”. A vueltas con el mito del amor romántico…

            Dando un paso más y ahondando en el concepto de heterosexualidad obligatoria, obtenemos el concepto de heterorrealidad o “la visión del mundo de que la mujer existe siempre en relación con el hombre” (Raymond, 1986, p.3, citada por Rivera, 2003, p.128). “Lo femenino tal como lo define el orden patriarcal, en función de y subordinado a lo masculino” (Ibíd., p.55).

            “En todas partes, las mujeres están en este deplorable estado; porque con el fin de preservar su inocencia, como es cortamente denominada la ignorancia, se les oculta la verdad y se les obliga a adoptar un carácter artificial antes de que sus facultades hayan adquirido fuerza. Enseñadas desde la infancia que la belleza es el centro de una mujer, la mente se conforma con el cuerpo y, vagando por su jaula de oro, solo intenta adorar su cárcel. (…) Creo firmemente que la mayoría de las insensateces femeninas proceden de la tiranía del hombre; y el artificio que admito que en la actualidad forma parte de su carácter, he procurado asimismo reiteradamente probar que está producido por la opresión” (Wollstonecraft, 1975, pp.131 y 318, citada en Rivera, 2003, pp.54, 55) Mary Wollstonecraft escribió su Vindicación de los derechos de la mujer en 1792. Ahora, en 2013, con una diferencia mayor de 200 años, sus palabras emergen al ver la foto.

            A las niñas se les regala, colonias, coloretes, pintalabios, pintauñas… Se les deja el pelo largo desde bien pequeñas, aunque resulte incómodo. A sabiendas de que resulta incómodo. Aunque se les venga a la cara y se les meta en los ojos. Cómo van a llevar el pelo corto y parecer un chicazo… Las mujeres llevan el pelo largo. Lo importante es estar bonitas, ser unas princesitas, unas muñequitas. Se las peina a estirones y se les llena el pelo de gomas y pinzas de mil colores. Se les adorna el cuerpo. Las visten con leotardos que se caen, con vestidos que no permiten abrir las piernas (jamás he oído a nadie decir a un chico que cerrase las piernas), zapatos de charol y hebillas doradas, faldas que se dan la vuelta, que se suben… Uniformes con faldas imposibles, imposibles para jugar en los recreos. Aprenden a adornarse, quietas, contenidas. Marta, cierra las piernas…

            Pero papá, si lo hay, está henchido de felicidad[2] porque tiene una princesita a la que cuidar y proteger. De la que salvaguardar la sexualidad cuando llegue el momento… Y mamá, si la hay, está contenta porque tiene una mini ella a la que comprar todos los vestidos que ella no pudo tener, a la que educar, sin saberlo, en el horror en que le educaron a ella… Para reproducir Patriarcado, en la mayor de las perversiones…, de madres a hijas[3]. Para construir una mujer. La mujer que ya imaginan con la ecografía que anuncia ausencia de pene.

            Según nos explica Monique Wittig, lesbiana feminista, “la mente heterosexual no es capaz de imaginar una cultura, una sociedad en que la heterosexualidad no ordene no solo todas las relaciones humanas sino también la producción misma de conceptos y todos los procesos que eluden la conciencia (…) La retórica que los expresa se envuelve en mitos, recurre al enigma, procede con la acumulación de metáforas, y su función es poetizar el carácter obligatorio de serás-hetero-o-no-serás” (Garretas, 2003, p.126 cita a Wittig, 1992, p.28). La misma imagen con dos mujeres abrazándose para anunciar un perfume femenino nos resultaría incomprensible. ¿Y dos varones abrazados para anunciar su versión masculina? Inasumible.







[1] “La sexualidad como tal no existe en el patriarcado, como no existe la maternidad que es su reverso. Si una es esclava, la otra también. Por basarse el patriarcado en la represión de la sexualidad femenina” (Sau, 1989, p.260).

[2] Un estudio recogido en Cuestión de sexos (Fine, 2011), revela que madres y padres, al anunciar que han tenido una niña, lo hacen llenos de felicidad; cuando anuncian que ha nacido un niño, es llenos de orgullo. De lo que se desprende que las niñas aportan felicidad sí, pero los niños, los que continuarán con el apellido paterno, los que harán genealogía, aportan orgullo.
Para ahondar en las genealogías femeninas, recomiendo El vacío de la maternidad (Sau, 1995, p.120) “Las mujeres deben darse un Nombre; hay que trascender de la esencia a la existencia. No se puede seguir siendo el apósito de otro. El nombre, a su vez, permitirá la genealogía de la que ahora se carece: esto significa ser personas de derecho, se sujetos históricos, ser agentes socio- culturales” y Teoría feminista (Amorós, 2011, minutos 35 a 37:18) “Donde hay genealogía hay poder y donde hay poder se quiere genealogía”.

[3] Para ahondar en el tema ver Sau, 1995.

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