miércoles, 29 de enero de 2014

Pero tú no... Tú no

El lunes murió la madre de un amigo. Ayer fuimos al tanatorio. Nivelón de tanatorios tipo loft que se curran ahora las funerarias. Quedamos en Puerta de Toledo. Él tenía una reunión por la zona y así ganaríamos tiempo. Esperando esperando llamé a mi madre. Que si el curro, que si Gallardón y esa manía de los hombres de convertir la biología de las mujeres en nuestra única opción social...

Vamos al tanatorio, que se ha muerto la madre de un amigo.

Y en voz bajita, dentro de mis pensamientos y a la misma vez que pronunciaba las palabras...

Pero tú no. Tú no mamá. Tú no te mueras nunca.

El resto de la conversación forma parte ya del olvido.





lunes, 27 de enero de 2014

La niña canalplus II: No bebas coca cola

Siempre llega un momento en que se debe decir basta. Basta por cuestiones de salud mental, basta porque hasta aquí podíamos llegar, basta porque creo que estamos llegando a un punto en el que lo excepcional se convierte en obligación, basta porque no me gusta nada lo que veo. Encima, acabo de recibir la factura del gasluz con más de trescientos euros (¿alguien sabe lo que me cuesta ganar 300 euros?¿Y no gastarlos en cocacola?¿Y ahorrarlos, por lo que pueda pasar, por si pasa, porque siempre pasa?), con lo que el grado de hartura se multiplica por mucho más que trescientos.




El otro día, el espécimen suelta así, tan tranquilo, que a un colega suyo un tío le regaló la play 4 por la patilla. Y que, cuando fueron a la fórmula 1, también se lo pagó. También por la patilla. Yo estaba a otras cosas pero oído avizor. Indignado por la suerte de su colega, fíjate… Con mirada quieta, serena e insinuante le contesté: No me hagas hablar, que hablo. No lo debió entender. A buen entendedor pocas palabras bastan. No pertenece a este grupo. Ni a este, ni a muchos otros.

Un breve inciso: este es mi blog y escribo lo que me da la gana. Podemos seguir. Y sigo. Un día, su padre le dijo que claro, lo suyo era diferente. ¿Diferente a qué, a quién? Otra aclaración: en esta historia nadie sufre de graves minusvalías ni de discapacidades. Somos personas adultas y capaces. En diferentes grados y de diferentes maneras y para diferentes asuntos, pero capaces. Sigamos. ¿Diferente, cómo? Hace algunos años tanto él como yo estuvimos en paro. Teníamos nuestros ahorros y alguna indemnización que costó algo más que sudor y muchas, muchas lágrimas. Pero las lágrimas sólo cuentan cuando caen de ojos de pobrecitas. Yo no soy pobrecita, alguna vez lo he querido ser. Para ver qué se siente, para dar penita, para yo qué sé para qué. Nunca he sido pobrecita. A mí también se me murió la persona más importante en el mundo. Tantas palabras sin decir. Tantísimos abrazos desnudos, abandonados en mis brazos. Tantos ojos, y ningunos los más bonitos y más grises y más todo del mundo. Y su voz, serena, tranquila. Lágrimas para llenar cuatro o cinco de esos embalses que legitiman al genocida. Pero no son de pobrecita. No cuentan.

La factura del gasluz… Hubo un tiempo en que conocí el frío. Ese frío que no me dejaba dormir cuando llegaba de trabajar a la una y media de la madrugada. Ese frío que se adueñaba de las horas del reloj… Hasta que sonaba el despertador, seis horas y media después, cuando tenía que levantarme para ir al otro trabajo. Ni con esas soy pobrecita. Lo mío también debe ser distinto. Dice mi madre que todo esto me ha hecho fuerte. Por supuesto. Fuerte e intolerante a las pobrecitas.

Él y yo en paro. No llamó para consultar cómo estábamos, por si necesitábamos algo. Ni siquiera cuando le tocó la lotería. Ochenta mil euros del ala. Acaba de llegar para seguir trabajando. Más de la mitad del año sale de noche y vuelve de noche. Llueve, nieve, hiele o haga un sol de infierno. Siempre con chaqueta y corbata. Pase lo que pase. Porque el traje reviste la autoridad y aquí, en la capi del reino, tiene que multiplicarlo por cuatro. Que vendéis cervezas… Cutres, panda de cutres. Pero a él nadie le quita el traje con su corbata ni con cuarenta y seis grados a las cinco de la tarde. Él no debe ser tampoco pobrecito.

Llega a casa. Hace frío. Nunca enciendo la calefacción a no ser que se me congelen los dedos frente al teclado. Nunca hasta que él llega. Enciende la calefacción, dice, pide… Le voy a pasar a tu padre la factura del gas. La del gasluz, la del agua, la del alquiler, el seguro del coche y hasta el numerito, la itv, la del teléfono y la del internet. Incluso voy a contratar el canalplus, el paquete completo, sólo para pasarle el recibo. Como a ella. A lo mejor en enero doy de baja el plus, me dijo. Oh, qué miedito. ¿Pero de qué me estás hablando? Mi vida cojea precisamente porque nunca he tenido canalplus. Debe ser eso. Pero ni con estas ausencias se me considera pobrecita.

O cuando el espécimen no fue a una entrevista de trabajo que el mismo padre de los: es que lo tuyo es distinto, le concertó. Debe ser muy, pero que muy distinto. El mismo espécimen que hablaba con desprecio de una mujer porque no se afeitaba las axilas. Y se refería a ella con cara de asco y con la mano debajo del sobaco a modo de pelánganos. Tiene pelos, como tú. A las mujeres les queda mal. Vamos a ver, espécimen, estoy harta y cansada de tener que avergonzarme por naturalidades que habéis convertido en antinaturales. Pero vamos, que entre tú y yo, si tienes el arrojo, el aplomo, de exigir a las mujeres el estereotipo (la barbie), sé tú también el estereotipo. Plis, plas. Y con esto me refiero a que midas 1.85, tengas un cuerpo atlético, te sientas como en casa en el espacio público, que lo domines, que controles cada situación, que ganes dinero, que no permitas que te mantengan ni tu novia ni su padre, que vayas y  vengas en tu coche, que no te desmayes al ver una aguja, que el avión no te produzca vértigos, que folles como un semental cuatro o cinco veces por semana, que salgas de fiestón techno sin agobios porque esquehaymuchagente… Sólo entre tú y yo, ¿entiendes?



Esto me recuerda a una conversación que mantuve el otro día con una pareja amiga. ¿Cuántos meses podrías vivir con 9500 euros si sólo gastases en comida? Novecientos cincuenta, respondió él. Hemos estado en todas las guerras. Me gusta hablar con él, siento que nos comprendemos, que sabemos de lo que estamos hablando cuando estamos hablando. Y que el capricho del mes sean unos palitos con pipas del mercadona, o del día o de vaya usted a saber. Luego están las pobrecitas, las que no hacen regalos de boda porque no tienen y se inventan hastaluegos para escurrir el bulto. Los Häagen-Dazs, los Ben & Jerry's, los dos litros de cocacola al día, los cuando se me acaben los ahorros le pediré a mi padre. Y el padre, con un complejazo de culpabilidad que te cagas por vaya usted a saber, hará lo que sabemos de sobra que hará. Pero con él no, porque él es diferente.



sábado, 25 de enero de 2014

Analizando Lo que queda enterrado, de Carmen Martín Gaite


Nos encontramos con dos personajes principales, Lorenzo (Coronado de Laureles, el coronado es el que triunfa, el primus inter pares, manera con la que se llama al sol, astro rey, que es luz, calor, fuerza, vida, poder) y María (“Estrella de los mares“ según el Antiguo Testamento, alteza o ensalzada como significados más cercanos al nombre hebreo que se dio a la madre del Jesús de los evangelios. Las estrellas se ven de noche: oscuridad, atribuida a lo femenino[1]. O, como despectivo coloquial, maruja.) Así que por un lado tenemos al Sol y por otro a la madre por antonomasia, o más bien, al trono románico con que representaban a María sosteniendo al verdadero protagonista, Jesús, el hijo de Dios, que de alguna parte tenía que haber nacido. Poder supremo y absoluto y receptáculo inerte, vano recipiente.
            
Lorenzo es un ocupadísimo profesor, María no trabaja. Su labor cotidiana se reduce a esperar (actividad pasiva) a Lorenzo en una terraza y ver, cuando él llega, cómo lee el periódico (actividad masculina). María entonces no le habla, cómo va a interrumpir su lectura, no se puede ni plantear enfadarse. Contención. Está tan dominada en lo psicológico por Lorenzo que ella misma se pone todas las trabas, se cierra todas las puertas, encerrada en una jaula minúscula que no le permite más que lo que deja Lorenzo que haga.

Lorenzo es el día, la actividad constante, las clases que lo tienen absorto (o es una excusa, un parapeto que ha puesto entre él y María. Porque, como nos dijo la profesora de Conceptos jurídicos, somos nosotras las que damos importancia a lo que queremos y las que establecemos prioridades), abstraído de la realidad de pareja que hay en casa. Una casa que sólo pisa para dormir.

María odia el día, se le viene la casa encima. No hace nada más que ver cómo el reloj marca las horas lentamente, “dejando resbalar los ojos por las paredes y los muebles“… “Llama a tu hermana”, así me quito el muerto de encima. María odia a su hermana, que es feliz con su prole abundante, con su papel de esposa y madre. Controla a la perfección las labores del hogar, rutinas de mujeres, propias de su condición. María las detesta. Detesta hablar con su hermana de estas tareas estúpidas y sin sentido, que la dejan vacía, tanto las tareas como las conversaciones, “tenía la lengua pastosa como si fuera a vomitar“. Todo esto me hace pensar que María trabajó en el pasado. Que fue libre, autónoma, fuerte. Ahora que está embarazada, muy triste y deprimida por la muerte de la niña, ha dejado el trabajo para descansar. O, ahora que está deprimida y con “sus melancolías”, ha dejado el trabajo… Quizás esté de baja por depresión… Quizás haya dejado el trabajo por orden de Lorenzo…

Las conversaciones… Lorenzo es imperativo, seco, tajante, escueto, no veo ternura, suavidad o compromiso en ninguna de sus palabras. ¡En ninguna! Sentencia. Lorenzo es Yo, el Yo concreto que se hace universal. Lo  que dice es lo que es y punto. Sus frases incluyen  un mujer, guapa, mona, despectivos y excluyentes. Incluso la llama tonta. No te hagas la víctima, le espeta cuando ella empieza a llorar. “No empecemos”. Es una actitud más de padre (te digo lo que puedes y no decir, y cuándo, y cómo) que de marido. Solo se le ve emocionado cuando ella se va a pasar el día al campo y no sabe nada. No es una situación que controle, le desborda. Sólo en esta situación se le ve bajar la guardia, “se hará lo que tú digas”, la abraza. El contacto físico del relato se reduce a este abrazo y dos caricias. Incluso en esta situación de desasosiego, Lorenzo exige al hablar, que no tenga que pasar otra tarde cómo esta. Ha estado pensando, le agobia verla así y no poder hacer nada (o lo que le agobia es no controlar la situación). ¿Es broma? No poder hacer nada, con todo lo que podría hacer, como escucharla por ejemplo, para terminar el relato con un tienes que cuidarte.        Lorenzo no sabe por dónde ir, quizá por su condición masculina, por lo que le han enseñado, está perdido. No sabe cómo ayudarla, pero le dice antes que tiene que ser fuerte y no puede complacerla para que sea una mujer (como si llorar le quitase la condición de serlo) y termina con ese imperativo tienes que cuidarte.

No conoce a su mujer, no le importa lo que sienta, le da igual lo que lleve por dentro ahora que está de nuevo embarazada “cuando lo vea lo aceptaré y lo querré, supongo” después de haber muerto la hija que tuvieron en común y de la que no han vuelto a hablar “ilusión, ¿cómo la voy a tener?, ¿para qué?”. Para vivir Lorenzo, para compartir sentimientos con María. Silencios. Y, creo, que María se muere de ganas por hablar, por sacar de sus entrañas todo lo que lleva dentro, “me paré. Me ahogaba la emoción. Había esperado mucho esta pregunta“, una angustia que no la deja ni respirar. “Para que no esté sola. No me consuelas nunca tú. Todo me lo dices crudamente.“ Silencios. Ella habla con metáforas, aquellas maravillosas metáforas de El cartero y Pablo Neruda. Habla como pidiendo permiso y aprobación “¿No te gustaría?, Di algo por favor, le pedí”, a veces incluso se niega la palabra ella misma[2]. La única vez que se permite dar la réplica es cuando habla de su pueblo con alegría, de recuerdos, de personas y él lo obvia y banaliza. Ante el ¿cómo puedes no acordarte?, con un simple tus cosas son tuyas, tus recuerdos son tuyos, y no pretendas hacerlos míos basta para sumirla en el limbo de los sin nombre.

Retomemos el “le da igual lo que lleve dentro”. Salen a cenar, un par de bocadillos ha elegido él para los dos. Como también elige el lugar, el bar más abarrotado de los que han visto, donde tienen que cenar de pie. “Total, para dos bocadillos”.  Ella no dice nada. Ya que habéis salido, buscad una terraza, que es junio, sentaos tranquilamente, que tu mujer descanse el embarazo, pedid unas raciones (como los novios que luego van abrazados en la noche).

“Quiero que te hagas una mujer, que te hagas fuerte”. Para lograrlo ha de superar sus miedos e inseguridades sola, porque lo dice Lorenzo. Es muy masculino esto de la soledad. La soledad del guerrero. María es ya mujer (muy sutil lo del apellido de soltera en la carta[3]), y si llora, se estremece o necesita una caricia no es ni más ni menos mujer.

Pero Lorenzo no siempre ha sido así. Cuando la conoció y pasó un verano con ella era jovial, dulce, tierno, romántico… “no se quería ir de allí”. Y ahora, gris, le parece que es una tontería, “ya sabes que no me gustan las ciudades muertas”. Zanjo el tema de ir juntos, de hacer algo juntos, con el que a María le brillan los ojos. Y el corazón. “Ve tú si quieres”.

María odia la ciudad donde viven, es feliz cuando se va al campo a pasar el día. Sola. Ella sola. El sol brilla, los verdes, los pájaros. María es al campo, la luz, la libertad, lo que Lorenzo es a la ciudad, lo lúgubre, las ataduras.

Aquel domingo de junio… Junio, mes dedicado a la juventud y a la diosa Juno, diosa del matrimonio y reina de los dioses. Juno, que todo lo controla (salvo a su marido, que se pierde por su promiscuidad y es capaz de convertirse en cualquier cosa para seducir a sus víctimas), diosa y reina. Nos quedamos con las últimas palabras, diosa y reina. Así se siente María en el campo, como una reina que campa a sus anchas por donde quiere sin dar explicaciones, sin pedir permiso, sin medias palabras, sin humildades, sin preocupaciones, “ no lo sé, pero ya nos lo dirán“, desafiando a la autoridad, “me resultaba muy excitante continuar sin billete“. “Estaba alegre y sentía una gran paz”. ¡Hasta el tren corría alegremente!. Piensa en si habría sido bueno avisar al marido pero se le pasa en seguida, “me desligué”.

Sigue siendo bonita y atractiva ya que un joven le invita a pasar la tarde juntos. Un joven atractivo a la par que atrevido, como antaño Lorenzo, cuando se conocieron, con tiempo libre y decidido a pasarlo, invertirlo, disfrutarlo con ella. El  Lorenzo de ahora no le dice ni una sola vez nada positivo ni agradable. Sólo la acaricia una vez, mientras ella está en una situación de sumisión absoluta, sentada en el suelo al lado de su cama (por cierto, duermen en camas separadas). Pero la ternura termina pronto, en cuanto empieza a sollozar y llorar. Ya estamos. Ya estás siempre con tus melancolías.

Todo el relato está lleno de parejas felices, pero me asombra y desconcierta lo que dice ella en el campo: me daban pena porque creían que se estaban divirtiendo muchísimo.

También en su excursión se encuentra con un trío de mujeres de luto: dos mayores, severas y alcahuetas, y una adolescente, con la que se identifica, se compadece de ella. Se ha quedado huérfana de un padre de dudosa reputación, su vida ni ha sido ni va a ser fácil ni alegre. Se identifica tanto con ella que le gustaría rescatarla y pasar juntas lo que queda de día.

O las niñas que construyen su casita de arena que la pareja pisa en su camino a casa… De cómo los roles siguen perpetuándose… De cómo, un día, esas niñas hablarán con sus hermanas de hijos y cómo limpiar mantas… “Las niñas sufren más.”

Terminaré con el sueño de siesta, con Ramón, un amor de la adolescencia, de cuando la vida era bonita y llena de color, y la angustia de la pérdida del último barco, la última oportunidad. De cómo van corriendo María y Ramón para dejar tanta guerra, tanta oscuridad y es Lorenzo quien la rescata con su luz y su vuelta a la realidad. Para que te quedes bien anclada a tu vida detestable.





[1] Leyendo los primeros capítulos de El infinito singular, de Patrizia Violi, página 59, me encuentro con que se cree que en el indoeuropeo antiguo, y en las actuales lenguas germánicas, era al revés: la luna era género masculino y el sol, femenino. El cambio de género se dio con el cambio a la sociedad patriarcal, del culto a la diosa madre al dios padre, según la teoría de Markale (1972).[2] El infinito singular, “predominio de la función emotivo-expresiva en las intervenciones de las mujeres mientras que los hombres se mantendrían unidos a los hechos y al intercambio de informaciones. (…) Identificación entre afirmación y lenguaje masculino y refuerzo y lenguaje femenino por otro”.[3] Página 73 de El infinito singular, P. Violi : “La mujer está siempre definida con respecto a sus relaciones con el hombre, partiendo de su mismo nombre que es primero el del padre y luego el del marido. (…) La mujer es siempre mujer de  y debe marcarse el tipo de relación mantenida con el hombre, como la distinción entro señora y señorita por un lado y señor por otro“.  He encontrado el hogar en estos comentarios. Un espejo. Emoción. Tristeza, frustración, al ver que las no casadas se ofenden cuando las intento explicar que son señoras por ellas mismas. Hasta las casadas se sienten mayores cuando escuchan que las llaman así. Otra vez a vueltas con los significados despectivos y negativos de los femeninos. ¿Cómo combatir al enemigo estando tan dentro de nosotras?




domingo, 19 de enero de 2014

No nací para manos que no saben acariciar

Fuente: Agitadoras

¿Estás triste? Preguntan.
No, no estoy triste. Lo que estoy es lejos, lejos, cada vez más lejos. Tan, tan rematadamente lejos.

¿Le quieres? Preguntan.
No, no le quiero. No me permito quererlo. No puedo. Y cada vez que me digo, voy, venga, ve, saco todos aquellos recuerdos. Las palabras, los ascos y los arrepentimientos. El rechazo a mi propio cuerpo. Barrera infranqueable. Ni puedo ni quiero. Cuelga el teléfono.

¿Te importa? Preguntan.
Importar el qué, cómo y de qué manera. A veces ya ni me reconozco frente al espejo.

No recuerdo mis palabras. No recuerdo lo que dije. Tú y yo... Tú y yo, y luego todo lo demás. Nada más.

Pregúntaselo.

Qué vida esta. Para una vez que digo y ni recuerdo. Ahora sonrío. Sonrío por el tiempo, por el viento y la lluvia. Por los atardeceres que son cada vez más lejanos. Quizá algún día nos encontremos. Nos volvamos a encontrar. Mi gata pasa el tiempo diseccionando una bolsa de papel. Lo más digno de aquella tanda de cutre-regalos, una más de tantas. Menos mal que nadie abrió la boca. Siempre termino con mis paquetes antes. Siempre con la boca cerrada. El padre ausente. La madre muerta. No nací para manos que no saben acariciar.

Nací para manos que saben acariciar.

Tenemos trabajo. Ahora. Nunca quisimos ser héroes.




sábado, 18 de enero de 2014

Carne de mujer

Ayer, por la Gran Vía, hacia COGAM por la presentación de un libro que resultó ser una gran sorpresa. Pero esa es ya otra historia.
Las siete y pico de la tarde, noche en invierno.

Hoy ha sido la primera vez que no sólo las he visto, hoy las he mirado, las he sentido. Hoy he mirado. Hacía frío. Medio llovía. En esquinas. Una en cada esquina. En portales. Una en cada portal. Hablan entre ellas. Se saludan. Se reparten ganchitos. En escalones.

He sentido su piel en mis manos. En mis dedos. Un hombre preguntando. Comprando. Ganado. Carne. Agujeros. Yo pago. Yo decido. Un ejército de reserva para preservar la masculinidad tradicional. Para resguardarla. Para eternizarla.

No se trata de derechos. Que los necesitan. Como personas. El derecho inalienable y fundamental a ser personas. De serlo.

Hoy he sentido un escalofrío. Y manos que tocan, manos que arañan. Manos que violan. Que pagan y se van. Ejército de reserva para fomentar la masculinidad tradicional. O nos dejamos. O nos pagan. O nos violan. Su sexualidad impulsiva construida por ellos en torno a ellos. Sin nosotras.

Hoy, por primera vez en mi vida he sentido que mi carne tiene precio. Carne de mujer. Agujeros de mujer. Franqueable. Violable. Se llama sororidad. Y he tragado mis propias lágrimas. No me toques ni una sola vez más.

Me persigue la oscuridadKeliyaaPhotography

Creo que el género mismo es la violencia, que las normas de masculinidad y feminidad tal y como las conocemos, producen violencia.

-Beatriz Preciado-

jueves, 16 de enero de 2014

La niña canalplus I

Hace tanto, tanto tiempo que no hablo contigo, que ya hace tiempo, bastante tiempo, olvidé tu voz. El tono, la cadencia, tu acento. Tu risa, tu pelo y tus ademanes. Tu manera de ver la vida y la tranquilidad que sentía a tu lado, con tus palabras. Y, francamente, me da lo mismo.

Me da tanto lo mismo que asusta, me asusto. ¿Será que ya nada me importa como antes? Será que ya nada me importa como antes. De la manera de antes. Será que ya todo el mundo me parece una maraña de prescindibles. Que están, bien. Igual de bien que si no están. La única persona que me importa, que de veras me importa, no está. O está sin estarlo. Sombra pura… No ha estado nunca, si nunca se pudiese medir. Nunca desde que recuerdo, hasta donde llegan mis recuerdos. O no. Miento. Creo que hubo un momento de paz. La que no debió cumplir su parte del pacto fui yo. Debí cometer el más atroz de los errores, esos que no se perdonan. No se perdonan porque no tienen perdón. Ni perdón ni excusa ni remisión. Y aquí sigo. No sólo no te hace caso sino que te desprecia.


¿Después de esto crees que me importas lo más mínimo? Francamente, pienso que lo tuyo debe ser puro teatro. Apariencia. Eso que se te da tan bien y a mi tan rematadamente mal ¿cómo era?, diplomacia. Va a ser. ¿Cuándo podemos empezar a hablar de supervivencia? Hoy, en medio de un curso inagotable e inacabable he tenido una epifanía: no me permito amarle. Cierto. Lo intento (hace tiempo supe que no era una caballera jedi, ya no tengo que hacer o no hacer las cosas pero no intentarlas). A veces incluso recuerdo la alegría. Pero no. Pero no. Pero no. Y se cierran las puertas. Y cierro las puertas. Una a una, las voy cerrando todas. ¿Y piensas entonces que me va a importar lo más mínimo algo de lo que me vayas a decir? ¿Que me voy a alegrar con tu alegría? No tienes que quedar bien ya conmigo. Ahora ya no. Que no recuerdo tu voz, ni tus manos, ni tu andar sereno. Que me importa un bledo. Francamente querida.


domingo, 12 de enero de 2014

Touché


Algunas personas, de puro cutre, llegan a sorprenderse avergonzándose de ellas mismas...  (de, a, con, por...) Arrieritas somos, y por el camino nos vamos encontrando.

El otro día la vida me dio una buena lección. Pensaba que, en esos intercambios anuales, si se da una situación de desigualdad obscena (obscena de oh my goodness tierra trágame a ver cómo salgo de esta), salía perdiendo precisamente quien más ponía. Pero no.

El otro día descubrí que nos sobra clase y dignidad, saber estar y alegría. Que se tapan bocas no sólo mediante frases ingeniosas. No me hagas hablar que hablo. Que tampoco hace falta esperar... Estamos por encima de todo eso. Junto a Hera. El mismo brillo de ojos. La misma cadencia. El mismo saber hacer. La sonrisa ancha con hoyuelos que me caracteriza. Desafiantes, como espadas...

No se sale, bonita. Ser cutre viene en los genes... De la misma manera que el brillo de mis ojos. Y brillan como soles.

Campaña contra la desigualdad de género en el CCCB, Festival Eñe, Fundación Ideas y Fundación FAES


Clásicas y Modernas, @CyM_tw, ha hecho públicos los informes que he ido realizando como miembro de la Comisión de Investigación "a fin de hacer visible la desigualdad en las instituciones de pensamiento y creación", en palabras de su presidenta, Laura Freixas.


  • El 100% de las ponencias de los cursos de verano de @FundacionFaes en 2013 han sido impartidas por varones.
  • En 2012 @FundacionFaes ha publicado 3 biografías. Autores: 3 hombres. Biografiados: 3 hombres.
  • Solo un 8 % de mujeres entre los autores de los "Cuadernos políticos" publicados en 2012 por @FundacionFaes 

  • La @FundacionIdeas sólo cuenta con un 20% de mujeres en su direcciónfrente a un 80% de varones.
  • En la @FundacionIdeas las mujeres solo representan el 32% del Comité Científico de la Fundación.
  • En la @FundacionIdeas los cargos de mayor responsabilidad y visibilidad (Fundación, Presidencia, Vicepresidencia y Dirección General) son ocupados por  varones.

  • A pesar de que en CCCB @cececebe las mujeres suponen un 67% del personal laboral,son varones quienes ocupan los puestos de mayor responsabilidad.
  • Las tres exposiciones realizadas en 2013 por el CCCB @cececebe han girado en torno a varones y han sido comisariadas casi exclusivamente por hombres.
  • El 79 % de las películas programadas en 2013 por el CCCB @cececebe fueron de autoría masculina.
  • En 2013 el @cececebe publicó en 5 libros. Todos ellos de autoría masculina.

  • En el cartel del Festival Eñe de 2013:  17% de mujeres, 83% de hombres @lafabrica
HASTAGS:
#igualdadculturaYA
#desigualdadencifras