domingo, 19 de enero de 2014

No nací para manos que no saben acariciar

Fuente: Agitadoras

¿Estás triste? Preguntan.
No, no estoy triste. Lo que estoy es lejos, lejos, cada vez más lejos. Tan, tan rematadamente lejos.

¿Le quieres? Preguntan.
No, no le quiero. No me permito quererlo. No puedo. Y cada vez que me digo, voy, venga, ve, saco todos aquellos recuerdos. Las palabras, los ascos y los arrepentimientos. El rechazo a mi propio cuerpo. Barrera infranqueable. Ni puedo ni quiero. Cuelga el teléfono.

¿Te importa? Preguntan.
Importar el qué, cómo y de qué manera. A veces ya ni me reconozco frente al espejo.

No recuerdo mis palabras. No recuerdo lo que dije. Tú y yo... Tú y yo, y luego todo lo demás. Nada más.

Pregúntaselo.

Qué vida esta. Para una vez que digo y ni recuerdo. Ahora sonrío. Sonrío por el tiempo, por el viento y la lluvia. Por los atardeceres que son cada vez más lejanos. Quizá algún día nos encontremos. Nos volvamos a encontrar. Mi gata pasa el tiempo diseccionando una bolsa de papel. Lo más digno de aquella tanda de cutre-regalos, una más de tantas. Menos mal que nadie abrió la boca. Siempre termino con mis paquetes antes. Siempre con la boca cerrada. El padre ausente. La madre muerta. No nací para manos que no saben acariciar.

Nací para manos que saben acariciar.

Tenemos trabajo. Ahora. Nunca quisimos ser héroes.




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