domingo, 23 de febrero de 2014

Nosotras, las que abortamos. Parte I

Estaba terminando la carrera. Empecé tarde, la vena universitaria me llegó rozando la treintena. En breve presentaría el proyecto que pone fin a largos años de apuntes prestados, cafés interminables en la cafetería y algún que otro amor disfrazado de compañerismo y camaradería. Vivía aún en casa de mi madre y hacía unos seis meses había comenzado una relación. Un compañero de trabajo. Lo que empezó siendo un tonteo por aquí, tonteo por allá, había devengado en amor. El amor… Nada fuera de lo normal. Un día me salieron unos bultos en la zona vaginal. Bultos e infinidad de verrugas desde la zona genital hasta el ano.

El ginecólogo, nada más verme, lo tuvo claro. Tienes el virus del papiloma humano. Puse los ojos como platos, ni idea de lo que era lo que me estaba diciendo más allá de las molestias que sentía. El ginecólogo comenzó a explicarme. Se transmite por contacto sexual (mujeres que me estáis leyendo, vacunaos ya), el porcentaje de personas contagiadas es elevado, aunque la mayor parte de la gente infectada no lo nota. Puede devenir en lesiones precancerosas en el cuello del útero y finalmente en cáncer cervical. Lloraba. Mientras él hablaba yo lloraba. ¿Cómo me había pasado eso a mí? ¿Qué había hecho para contagiarme, para que me contagiaran? ¿Qué no había hecho? Si no hubiese mantenido relaciones sexuales… Si no hubiese sido una fresca, una guarra. Si me hubiese contenido y no me hubiese comportado como un tío. Que nosotras no podemos ir por ahí venga, hala… Que luego pasa lo que pasa. Sentimientos de culpabilidad, de suciedad, de soy una puta, de a ver cómo explico esto a mi madre, a mi pareja. ¿Qué iba a pensar él? ¿Y mi madre? ¿Y si ha sido él quien me ha contagiado? ¿Qué tipo de relaciones sexuales ha tenido, tiene? ¿Ha estado con otras personas en este tiempo? ¿Se atreverá a pensar que he sido yo la que ha tenido otras compañías sexuales en este tiempo? A partir de ahí, y por varios meses, comenzó una espiral de encuentros y desencuentros con mi pareja, de inseguridades, de malas caras, de desconfianzas leves, parciales, absolutas…

Mientras el ginecólogo me hablaba y yo lloraba a la vez que pensaba y daba vueltas y me sentía culpable por absolutamente todo, dijo unas palabras que me hicieron volver a la realidad. Quimioterapia. Dijo quimioterapia. Escuché quimioterapia. Las voces callaron como la música de las discotecas a las seis de la mañana. Así, de repente. Se enciende la luz y todo se ha terminado. Todo se había terminado. Sobres de quimioterapia para extender por la zona infectada… Cada vez que tenía que ir al baño lloraba del dolor, de la ira, de la impotencia, de la soledad… Un sentimiento de soledad que me impedía respirar, que lo ocupaba todo, que me aniquilaba. Me sentía sola. Sola, invadida y abandonada. Y sucia. Apestada. De un lado el mundo. El mundo entero, incluida mi madre, mis amistades, mi pareja… De otro lado yo. Sola con mi papiloma y mis sobres de quimioterapia. El secretismo. La vergüenza. Mirar al suelo.

Seis meses de dolores terribles de cabeza, de no poder levantarme de la cama, de no ir a clase… Y la maldita soledad que se había instalado a mi lado, conmigo, en mi mismo cuarto. Y me miraba, y se reía.

Parece que con este panorama no falta nada. Sí falta. Falta decir que unos días antes, quince o veinte, me tomé la píldora del día después. No sangré como pone en el prospecto. Pero como a mí me viene la regla cuando le da la gana y estaba atacada con las verrugas y los bultos y el proyecto no le di importancia. Ya vendrá. He actuado bien. He hecho lo que tenía que hacer. Me he tomado la píldora a tiempo.

Llevaba ya varios días con la quimioterapia en sobres y la regla no aparecía. Quizá… ¿Y si…? Pero no puede ser. Esto está a punto de caer, no soporto ya la hinchazón de los pechos. Será la quimio. Serán los sobres estos. Un día y otro día… Y más días… Test de embarazo. Positivo. Positivo desde antes de ir al ginecólogo. Positivo cuando me exploró con la cámara que introducen por la vagina. Esa que lo ve todo. Todo…, menos mi lenteja. Estaba embarazada de ocho semanas.

Ese en breve presentaría el proyecto de fin de carrera llegó. Y lo presenté. Con los sobres de quimio, con las verrugas y con la lenteja de ocho semanas. Pero de eso me enteraría después, en un viaje relámpago a Granada que preparamos un grupo de gente de clase. Necesitaba descansar, relajarme, dejarme querer y recibir mimitos. Dejar sola a la soledad. Volar… Me ayudaron muchísimo. Desde aquí quiero expresar la gratitud, la luz… También a otra amiga que no pudo venir pero que siempre estuvo, está ahí.  Aquí. Gracias.

Mi madre… Mi madre está enferma… Mi madre también está malita… Y lloro porque mi madre, cualquier día, se irá con mi abuela, que también se marchó dejando un vacío que aun no sé cómo llenar. Que no se va a llenar nunca. Y caminar, y vivir cada día con ese vacío, esa ausencia. Esa pieza del puzle que jamás podré colocar. Perdida para siempre… Mi madre supo que estaba embarazada antes de decírselo. Haz lo que quieras, me dijo, pero ahora estás con la quimioterapia y quizá no sea el mejor momento para hacerme abuela. Lo sé, y vivo en tu casa, y el trabajo no me da para independizarme, y no llevo ni un año con mi pareja. No es el momento.

Foto: Ana Marcos
Cuando aborté estaba de nueve semanas, casi rozando el plazo legalmente establecido. Aunque hubiese estado de trece tampoco lo habría querido. Tampoco habría sido el momento. El derecho fundamental,  inalienable, de cada mujer, de todas las mujeres, de elegir y actuar sobre su cuerpo. Mi pareja, musulmán, aceptó mi decisión sin peros. Y estuvo a mi lado, conmigo. El día que fui a abortar, nos despedimos de la lenteja. Es algo que creo se debe hacer. El duelo. Pero no le dejé acompañarme a la clínica, no quise y lo aceptó. Era, es mi cuerpo y mi decisión en todo.

Pedí a mi madre y mi padre que me acompañaran. Y pienso en la suerte que tengo por que mi madre y mi padre acataran, respetaran mi decisión sin estúpidas imposiciones basadas en fanatismos e integrismos religiosos, en el odio más visceral a las mujeres, como ahora quiere hacer el ministro de las injusticias. Anclar a la mujer a la biología, reducirla a un útero esperando a ser fecundado, a la minoría de edad que ha de ser tutelada por equipos médicos, por informes de anomalías mentales, devolvernos a una sexualidad basada en los miedos. Miedo a todo.

Pero yo no tengo miedo. Y no voy a permitir que nadie decida por mí.


A la mamá de Martina

Fuente: La columna

N.B.: Quedan por escribir los sentimientos previos a la entrada en la clínica. El despertar de aquel día, la noche inquieta. El no, el sí. Queda por escribir la entrada en la clínica, el desnudarme y pasar a la camilla. El después. El salir de allí. Los días posteriores y como me sentí. Quiero escribir cómo me sentí. Pero ese es ya otro capítulo de esta historia. De esta historia que es nuestra. De nosotras,  las que abortamos.

2 comentarios:

  1. adoro leer algo bien escrito
    pero ésto no sólo es eso...es tanto más profundo que no podrían alcanzarme los halagos comunes
    me identifica en cada coma
    está todo puesto allí, maravillosamente

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  2. Muchas gracias compañera. Un abrazo.

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