lunes, 28 de julio de 2014

La mula y la vida


Te voy a contar una historia. Acabo de ver La mula. Mientras la veía, pensaba en ella. María Valverde bien podría haber sido ella. Una señorita de bien. Una señorita andaluza de bien. De esas que dicen haber recibido la llamada de dios y abrigan los monasterios y los hábitos. De esas que se ennovian con falangistas porque ellas mismas son eso, falangistas. Educadas para los regalos, el no hacer nada y la vida contemplativa. Dios, patria, orden, tradición…

Siempre he recordado aquel momento como un insulto. Ella lo sabía. Sabía quién soy y de dónde vengo. Sabía que de ella precisamente, sólo ha quedado esta quijada caballo. De mula, mira. Nada más. Sin embargo, me contó una vez una historia. Estábamos en su casa. Una vez tuvo un novio falangista. Pero falangista de los de verdad, no como el del personaje de Mario Casas. No era un paria de la tierra con la cabeza lavada, que para impresionar a la señorita de bien de turno compra unos zarcillos a un moro recién arrancados de los lóbulos muertos de una roja. Una roja probablemente violada por siete u ocho moros antes de asesinarla, o quizá muerta por tanta violación, desgarrada. Desangrada. Una roja menos.


Este falangista compraba con su dinero joyas que luego regalaba a la protagonista de mi historia. Dinero que provenía de explotar a personas como el personaje de Casas. Mantener el orden y los privilegios establecidos por la tradición y por dios. No dejárselos arrebatar jamás. El caso es que a este falangista lo mataron en el frente. Me lo contaba así, la falangista. Ah, pensaba yo, un falangista menos. Si los hubiésemos ajusticiado a todos…


En fin, salgo de mis pensamientos y ella prosigue su relato de aún hoy no sé a cuento de qué venía. Los rojos lo asesinaron en el frente y ella, buena y recatada y cristiana y tradicional y de valores correctos y falangista, devolvió las joyas falangistas a la familia falangista del muerto falangista. Ah, claro. No iba a ser una fresca y quedárselas…, como las rojas, pensé. Las putas, ateas, individuas rojas.


Ahora que he visto la película, ambientada en Andalucía, como la historia de mi falangista, pienso en las cartas que se escribiría con el novio falangista. Pienso si se despediría de la misma manera que Valverde. Arriba tal, arriba cual, viva esta viva la otra. Todo un derroche de sentimientos de paz, igualdad y libertad. Calla, que la paz, la igualdad y la libertad la defendían los rojos. Que no te quiten la libertad, dicen en la película. Que no nos quiten la libertad.


Y esta señora de bien conoció a un chaval que la dejó embarazada a la primera de cambio, ahora me río porque no me queda otro remedio que reírme. Cuánta doble moral hemos tragado y seguimos tragando. Parecemos patos. Ella contaba que su primer hijo fue sietemesino. El padre decía que se fueron a toda prisa a otra provincia andaluza tras el matrimonio. No hay más que atar cabos…


Tras ese primogénito sietemesino, como tantos otros primogénitos sietemesinos, que pasa, que aquí no pueden ser la mayoría de los primogénitos de las señoras de bien sietemesinos o qué, nació otro varón. Ese varón creció y se juntó con otros… Otros que no eran precisamente de dobles morales, ni sus madres despedían las cartas con vivas tales o arribas cuales. Otros cuyos padres, como Casas, comían algarrobas porque no había otra cosa que comer. Otros, cuyas familias defendieron la libertad, la igualdad y la paz. Familias desperdigadas, rotas, desaparecidas, desintegradas, violadas, masacradas… Mientras las señoritas de bien duermen plácidamente cada noche pues han hecho la obra de caridad de la semana enseñando a limpiar bien, a frotar bien a la sirvienta de turno. Para que se gane bien el sueldo.


Uno de estos hijos de familias enterradas en cunetas y mujeres rapadas, violadas, paseadas entre sus heces y vómitos con olor a ricino, le dijo una noche: ven conmigo, tengo una hermana. Cosas de hombres… A ver si así se animaba a coger camionetas y descender más allá del infinito pixariano. Una hermana hija de rojos, de rojas…


Esta no era sietemesina, la gente llana no tenemos que inventar historias. Una hermana roja. Como roja y atea más de una vez la he escuchado llamarla. Debe estar revolviéndose donde sea que se encuentre ahora. Es una cuestión de genes. Prevalecen los más fuertes, los más sanos. Los que defienden la paz, la libertad y la igualdad.



No habrá paz para los malvados, que dijo el genocida. Bonita ironía.

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