viernes, 31 de octubre de 2014

Piropear a una desconocida por la calle sí es una agresión

Llevo tiempo con el run run en la cabeza mientras las manos comienzan a moverse solas por el teclado. Es sencillo, me aparto. A otra cosa mariposa y listo. Pero hoy parece que voy a hacerles caso. A mis manos. Estaba comentando un vídeo sobre micromachismos, esas formas veladas de perpetuar el control masculino a la par de volvernos locas. En fin. Un comentario ingenuo -o no tan ingenuo, que ya somos perras viejas y no nos sorprende nada-: ¿pero es machista o micromachista o qué si le digo a una chica lo bien que le queda la falda? Comencemos por el principio. Esa “una chica” es conocida, como puede ser una hermana o una amiga o por el contrario es una desconocida con la que te cruzas por la calle… Porque ahí, queridos míos, reside el quid de la cuestión.


No me llamo nena

Me encanta que mis amistades me digan lo bien que me queda el último corte de pelo o incluso el culazo que me hacen estos pantalones. Están dentro de mi círculo, pertenecemos a la misma manada. Yo también les digo lo que me encantan con esa camiseta de manga larga, la melenaza al viento o lo brad pit que se están poniendo de ir al gimnasio. ¿Problemas en esto? Ninguno. Insisto, pertenecemos al mismo clan.

El problema viene cuando un desconocido expresa exactamente lo mismo por ejemplo, al cruzarse conmigo en la calle, o en el metro, o en la parada del autobús, o en el garito de la otra noche… Y por qué, se puede pensar, no es más que un piropo. En un mundo donde a las mujeres no se nos enseñara desde bien pequeñas a tener miedo de los hombres, quizá. En un mundo donde los hombres fueseis educados en la inviolabilidad del cuerpo y del espacio de las mujeres, quizá. Pero no vivimos en ese mundo.


No me llamo nena

Vivimos en un mundo donde, a los 13 años, cambié el sitio a mi madre en el metro porque un señor estaba frotándose contra mi trasero. Donde, mucho antes, ya me decía mi propio padre que tuviese cuidado con los chicos. “A partir de ahora ten cuidado con los chicos”, ya sabemos todas de lo que estoy hablando, aunque en ese momento ni rediosa de lo que escuchaba. Donde a gritos y entre risas fanfarronas un hombre por la calle insinuaba a mi madre que me cambiaba por una lavadora mientras sus ojos devoraban mi adolescente cuerpo. Mi cuerpo. Eso era yo, un cuerpo… Serían las cinco de la tarde. Donde caminas por la calle más transitada y notas cómo una mirada traspasa tu camiseta para quedarse pegada a tus tetas. Tetas, tetas, tetas. Donde alguna vez en el metro ha sido tan angustiosa la situación, uno o dos varones y yo, nadie más, sus miradas… terror, que me he cambiado de vagón, sudando. Donde al salir de copas es normal, normal, que un chico o un grupo de chicos alcoholizados nos lancen gritos en mitad de la calle. Como al ganado. Donde se percibe como una chiquillada que desde un coche un hombre te grite cualquier piropo… de día, de noche, de madrugada… ¿Qué somos, entonces? Meros cuerpos disfrutables… De eso trata la objetualización de las mujeres, de nuestros cuerpos. De cosificarnos, reificarnos, para uso y disfrute de los hombres.

Crecemos con miedo. Miedo desde que somos bien pequeñas. Miedo aprendido, miedo enseñado, miedo. Aún recuerdo, tendía no más de 16 años, una amiga vino llorando a clase de inglés. Mientras la abrazaba, consiguió decir. Me han intentado violar. Un hombre se ha abalanzado sobre mí, he conseguido escapar. Eran las seis de la tarde. Y ese recuerdo permanece grabado a fuego. Desde la adolescencia ya sabemos que no debemos ir solas por la noche, que no debemos volver tarde a casa, que no debemos caminar por sitios solitarios, y muchísimo menos oscuros…


#nomellamonena

O la retahíla de consejos de este buen gobierno para que no nos violen. ¿Dónde, en quién se coloca la responsabilidad de la violación (o del acoso, o de los tocamientos... o de lo que sea)? En nosotras. No salgas sola, no bebas, no tontees con los hombres (ni siquiera con los conocidos, que si despiertas a la bestia ya no hay marcha atrás, que los hombres son así), no utilices sola el ascensor, no pongas tu nombre solo en el buzón, deja las luces encendidas, cuidado con los aparcamientos cerrados, no vistas provocativa… Y si sucede algo, si sucede algo… Con ese vestido, con dos copas de más, caminando por esa acera, tonteando con este o con aquel… Te lo has buscado. Buscona. ¡Puta! Me lo he buscado. Yo he sido la responsable. Buscona. ¡Puta! Algo de todo lo que llevan desde bien pequeña diciéndome, repitiéndome hasta la saciedad, he hecho mal. Es mi culpa. He despertado a la bestia.

Por eso lo identificamos como la cultura de la violación. No queremos decir que todos los hombres sean violadores. Pero no sabemos si ese desconocido que halaga nuestra falda es un buen tipo o no lo es. Debería educarse a los niños, luego adolescentes y finalmente hombres, en el respeto absoluto hacia las mujeres. Leí alguna vez que de la misma manera en nuestra sociedad jamás pensaríamos en el canibalismo por el fuerte estigma que conlleva, habría que educar a los hombres respecto a las mujeres y nuestros cuerpos. Llegar a sentir horror, repudio, asco, vergüenza solo de pensar invadir el espacio de una mujer.


No me llamo nena

Porque piropear a una desconocida por la calle es una agresión. Primero porque nadie ha pedido tu opinión. Segundo porque invades su espacio y su privacidad. Tercero, porque afirma el principio machista de acuerdo al que tú, como hombre, tienes derecho a decirle a una mujer lo que te dé la gana, y ella tiene la obligación de callarse y sonreír, ruborizada, sin responder a tu agresión. Los hombres desconocéis qué es temer las miradas, los piropos, ni subís a los autobuses o al metro pensando dónde os podéis sentar lejos de aquel hombre que no infunde confianza, miedo a que os toquen, a que se restrieguen  contra vuestros cuerpos, no sabéis qué es cuidar la ropa que os ponéis, la manera en que miráis o habláis, cómo os movéis… Todo esto no es más que una vertiente del mismo principio. Ese derecho inalienable, ese principio patriarcal de hacer con nosotras lo que os dé la gana cuando os da la gana. Ahora que lo hemos visibilizado, trabajemos para erradicarlo.

8 comentarios:

  1. Perfecto. No se puede explicar y argumentar mejor. Totalmente de acuerdo!!!

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    1. Muchas gracias Incierto Trouppe. El pan nuestro de cada día vivir en la cultura de la violación...

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  2. Tú sí que agrades con semejantes bobadas. Si el que os dice el piropo está bueno diréis que habéis ligado, si es feo es acoso.

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  3. Creo que tienes razón en la base de lo que has escrito, pero que recomienden no poner tu nombre solo en el buzón o no ir a altas horas de la noche por determinadas zonas...la verdad que no es en el sentido de, si te violan o te roban te lo has buscado por puta, que es tu interpretación, sino que es para que no venga un hijo de su madre y te pille por banda, un delincuente vamos.

    La realidad es que físicamente las mujeres son más débiles en general, por lo que con la gente que no atiende a razones impera la superioridad física y por esto, hay que tener precauciones.

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    1. No lo veo como una cuestión de fortaleza física sino de educación. Vivimos en la cultura de la violación. Como mujer no tengo que tomar ninguna precaución ni vivir con miedo. Hay que educar a los varones en la inviolabilidad del cuerpo femenino. De la misma manera que está estigmatizado violar a la madre, debería crearse ese estigma hacia el resto de las mujeres. A las mujeres no se las viola. Punto. Fuera de ese camino todo lo que hagamos no será mas que reforzar la idea que subyace: nuestros cuerpos son violables. Un abrazo Anónimo.

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  5. Si estamos de acuerdo en que esa forma de piropo es una agresión; ¿acaso no debería serlo también mostrar el dedo de esa manera cuando todos sabemos que eso es una expresión gestual que significa insultar al otro? Lo digo por esa foto que has puesto.

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